viernes, 1 de febrero de 2013

Justicia poética en Zorrilla

Lo peor de una fiesta es que salgas con la cabeza caliente y los pies fríos. Y de Zorrilla, bajo la lluvia y el viento, probablemente nadie salió satisfecho del resultado de un partido trepidante, sin pausa, quizás poco inteligente, pero vocacional, del Athletic y del Valladolid. Lo bueno de los empates justos es que ambos equipos creen que pudieron ganar. Los empates injustos son eso, injustos: castigan al que debió ganar y homenajean al que no mereció el premio. Quizás apurando el juego, midiendo el pálpito del patido, algo siempre difícil de medir, el Athletic puso más fútbol en la balanza o al menos lo puso más tiempo. Pero es algo intangible, algo que muchas veces tiene más que ver con el color del cristal con que se mira. Así que habrá que convenir que hubo justicia poética en Zorrilla.

Lo que está claro es que estando Valladolid a tres horas en coche de Bilbao, el Athletic llegó tarde al Nuevo Zorrilla. Y cuando le despertó la lluvia, ya había encajado dos goles en dos casos de desafección defensiva y de listeza vallisoletana. Porque el equipo de Djukic salió como si el partido durase veinte minutos o como si una norma de la UEFA de última hora hubiera dicho que quien marcara dos goles podía irse al vestuario con los tres puntos. Los goles de Javi Guerra y de Bueno fueron un homenaje a la intensidad y un descrédito de la apatía. El Athletic volvía defender mal (y la defensa no se juega sólo en las áreas) y a conceder pases erróneos al contrario como invitándole a que saquee tu casa. La pareja Laporte-Gurpegui, se cruzaba en exceso, confundidos, y San José, la primera frontera, tenía la barrera abierta mientras resolvía su particular crucigrama. Tampoco los laterales pertenecían al mejor servicio de seguridad. Y a Muniain, su lateral contrario le parecía un prófugo que se jugaba la vida.

Pero ha alcanzando el Athletic una condición que parecía perdida. La de la resurrección, la de las banderillas negras, la de no dar nunca nada por perdido. Es verdad que había padecido el penalti clamoroso no señalado al Valladolid por agarrón a Aduriz y un remate glorioso, espectacular del guipuzcoano al poste que de haber sido gol hubiera optado a los mejores de la Liga. Demasiados contratiempos. Pero no es menos cierto que también se benefició de una acción impropia de Aduriz con un codazo a Marc Valiente que le mandó al hospital y que el árbitro resolvió con una tarjeta amarilla que debió haber sido roja. Al fútbol, insisto, no se juega con los codos.

Tenía mala pinta el asunto, prque además Herrera no se ubicaba, dudaba, resbalaba, se caía, chutaba en exceso y eso siempre es un problema para el Athletic, mientras el Valladolid arrasaba su banda derecha con Rokavina y Larsson, frente a los que Muniain (Bart missing se diría) y Aurtenetxe exhibían toda su impotencia. Pero llegó el gol de De Marcos, tras un pase interior de Herrera, y el partido cambió.

Susaeta había cogido la bandera del equipo, se la había embuchado y comenzó su recital de sabiduría futbolística para irse por aquí y por allá, para desconcertar a la defensa, para ampliar el marco de posibilidades, para variar el juego, para ampliar el repertorio, y el fútbol le premió con un gol circunstancial, que vino precedido de un rebote en el cuerpo de Aduriz para que el eibarrés lo alojase en la red.

El Athletic le había hecho recular al Valladolid, ya menos fluído, pero no menos voraz. El equipo de Djukic está concebido para tener el balón y de lo contrario sufre. Y sufría, aunque hubo un tiro al poste y una oportunidad clamorosa de Omar que podían haber abierto uno de los ojos presuntamente cerrados de la justicia. Los partidos de toma y daca son apasionantes, quizás más apasionantes que bellos, y en la voracidad esconden algunas carencias técnicas. Pero siempre está la emoción del directo, que dicen los músicos y los actores de teatro.

Y así se quedaron dos puntos en el limbo rojiblancos y en el blanquivioleta, buscando un dueño que no llegó al recate. Hasta Bielsa quiso participar en el misterio con el cambio no realizado de Iturraspe al que quería hacer ingresar en el campo en el tiempo de prolongación. Nunca la he visto a Bielsa perder tiempo con un empate, así que no alcanzlo a saber qué pasó por su cabeza. Quizás ni él lo sepa.

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