domingo, 3 de febrero de 2013

Mi vida secreta en San Mamés (X):El Gabinete de Clemente

"Ya se que eres sarabista, pero a mí me da igual porque no leo la prensa. Así que con tal de que no me toques los cojones...". Esas fueron las primeras palabras que me dirigió Javier Clemente, apoyado en un mostrador de Lezama, el día que me lo presentaron, mientras ojeaba las páginas del diario Egin. Curioso. "Solo me interesa lo que escribe Latxaga", entonces redactor de deportes de aquel diario, me soltó, y a mi me pareció que en el fondo estaba escenificando ante mí lo que podría haber sido una conversación en el vestuario: la tensión necesaria, la contradicción medida, el enfrentamiento interno, el pique motivador, la gallina y los polluelos. Pero algo no debió funcionar en aquella estrategia porque al final Clemente y yo trabamos una relación profesional sincera, yo diría que una amistad cordial, sin abrazos ni aspavientos, educada y con las mentirijillas justas para que pudiera alimentarse. ¡Ah!, y Latxaga y yo fuimos y somos buenos amigos. El Gabinete Caligari debió tener algunas fisuras o es que sencillamente la condición humana está por encima de cualquier estrategia psicológica.

Quizás influyó que yo venía de la información política y de la información sociocultural, y lo de la información deportiva fue una agradable sorpresa que me dió otro imponente amigo, entonces mi redactor jefe, José Manuel Alonso, inquieto como un adolescente, reflexivo como un sabio, al que se le courrió un día que por qué yo no hacía las crónicas del Athletic con la consiguiente extrañeza de  mis compañeros de redacción. Y la mía.

Y así me encontré con Clemente, al que yo había visto como jugador  en el poco tiempo que el destino (y Marañón) le dejaron jugar al fútbol. Sabía de su zurda poderosa, que era un interior izquierdo de los de aquella época, de los que lo mismo rascan al rival que le someten a un quiebro infantil, que era fuerte y resistente, que era rubio y que se antojaba como un futbolista de tronío al que alguien le rompió una pierna en 1969 y le mandó al banquillo para siempre. Había intentado recuperarse en Francia, había probado incluso de vuelta en el Bilbao Athletic, lo intentaba con un denuedo que resultaba estremecedor. Pero no había viaje de vuelta. El transiberiano no volvía.

Sin duda aquello le marcó. Es imposible que una herida grande no te deje un recuerdo. Quizás allí entendió que el fútbol es para los que arriesgan (de ahí lo de mingafrias), de los que se parten el alma (que es la antesala para partirte la pierna), de los que hacen grupo aunque se limiten a contar chistes. Y quizás de ahí su mirada de reojo a los que requiebran, a los actores principales, a los monologuistas o a los que él consideraba monologuistas. De ahí que muchos pensaran que había mucha hiel, mucho resentimiento,  en la presunta aversión de Clemente a los artistas del fútbol de la que se derivaban sus conflictos con Sarabia, con Lauridssen (en el Espanyol), con Baltazar,  con Llorente (en su ultima estancia en el Athletic). Que los ídolos le recordaban su árbol caído y en vez de odiar a los leñadores prefirió mirar mal a los árbboles.

Nunca lo creí. Nunca ví esa maldad en los ojos, esa pérdida de autoestima, por más que entre los vascos cultivemos tan a manudo una suerte de victimismo que a veces nos enseña el precipicio. Creo sinceramente que pensó que una buena cuadrilla era mejor que la Osa Mayor. Y ahí estuvo su acierto y su error al mismo tiempo. El Athletic que procuró las dos Ligas, la Copa y la Supercopa entree 192 y 1985, no era una caudrilla. La imponencia social del entrenador fue tal que, como suele ocurrir en estos casos, difuminó la verdadera calidad de un equipo tremendo, la conjugación del verbo ser. Todos eran  y estaban, cada cual con  sus virtudes, cada cual con sus defectos, sumando potencia, habilidad, remate, colocación, entrega, musculación.

Aquello con  lo que se obtuvieron dos títulos de Liga (de los que mañana hablaremos) marcó el futuro de Clemente a la hora de concebir el fútbol. Conviene no olvidar que si Javier Clemente fue un futbolista precoz y breve a la vez, resultó ser un entrenador precoz en el éxito. Y quizás la venda fue demasiado grande para la herida. Obtenido el éxito, descomunal incluso en aquellos tiempos menos globales, Clemente no solo afianzó su pequeño manual futbolístico y su guía psicológica para conducir equipos, sino que pasó al contraataque, enamorado de los micrófonos, las trifulcas, la polémica con los futbolistas, los entrenadores, los presidnetes y, sobre todo, con los periodistas,

Yo, que mantenía mi amistosa y educada relación con aquel ídolo, empecé a pesar que quizás el entorno le interesaba más que el argumento. Y a mí me interesaba el argumento. Era como en los libros: me interesaba más la trama que la encuadernación del ejemplar. Luego, Clemente volvió dos veces más a Bilbao. Un error de ambos, suyo y del club, porque hay sensaciones que no deben repetirse. "Al lugar donde has sido feliz no debieras tratar de volver", escribió Joaquín Sabina, pero creo que fue después de que todo esto ocurriera.

El problema fue que para el Athletic, el símbolo que significó Clemente, tras suceder sorprendente y quizás injustamente, a Iñaki Saez, en lo que algunos llamaron "el abrazo del oso", que a su vez volvió a sucederle a él en la gran crisis (Sáez es otro gran personaje del Athletic), el problema, digo, es que el Athletic (y su entorno) se encadenó al símbolo como si fuera una tormenta o un amanecer (según  los casos).

Y, sin embargo, a pesar de las andanadas al grupo periodístico que me pagaba, a las discusiones que esporádica o frecuentemente manteníamos,   a la llegada de otros entrenadores que rascaban sus éxitos, a sus posturas electorales, a sus idas y venidas por todo el mundo del fútbol, nunca le perdí el cariño. Ni él dejó de cogerme el teléfono. Eso sí, en temas futbolísticos aún está por llegar el día en que nos pongamos de acuerdo. Eso espero.





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