martes, 5 de febrero de 2013

Mi vida secreta en San Mamés (y XI): La soledad del éxito

Eso de nacer en la temporada que el Athletic ganó la Liga con un tipo que se llamaba Fernando Daucik en el banquillo es lo que popularmente se llama, una putada. Porque resulta que contigo ya en vida, tu equipo habìa sido el mejor pero tú no te habías enterado.  ¡Que sabía yo quien era Daucik, ni Mauri y Maguregui, la mítica media, ni Merodio ni Gainza ni Lezama ni Canito ni Marcaida (un goleador al que la historia ha tratado muy superficialmente)! Supe después, mucho despues, que Orue vivía en el barrio que estaba debajo del mío (ya van cuatro, Rojo, Rojo II, Carlos y Orúe de Begoña). Y que el Athletic de Daucik comenzó la Liga, un mes después de que yo viera la la luz del día, tras un agosto caluroso como los de aquellos tiempos, ganando al Sevilla 6-1, con tres goles de Arieta I, dos de Mauri, el fortachón, y uno de Artetxe, cuando era delantero.

Sarabia, en Las Palmas tras ganar la Liga en 1982
Es muy duro saber que cuando tú naciste pasó algo importante de lo que tú no te enteraste, sumido en sueños profundos y siendo dependiente de la leche materna. Años después, leí un magnìfico reportaje de Manuel Vicent en EL PAIS, en aquel dominical, dentro de una serie que  hizo sobre los países del Este, del telón de acero. Una frase se que qedó grabada de por vida. Era la que decía algo así: "Cuando llegas a un país de la Europa del este (soviética) tienes la sensación de que has llegado a un país donde ha habido una fiesta y tú has llegado tarde". Se refería Vicent, en ese caso, a la acumulación artìstica con la que se quedó el régimen comunista tras la paz de Yalta, pero era un retrato muy exacto de la visión se esos países. Me acordé años mas tarde cuando visite Magdeburgo, cuando existía el Las Alemania  oriental, oliendo al queroseno que alumbraba tibiamente aquellos cuarteles que llamaban hogares. Por cierto, perdió el Athletic (entrenado por Iribar) 2-1, con una actuación  soberbia  de Vicente Biurrun que me permitió tituar la crónica con San Vicente Biurrun, algo que incomodaba al director del periódico, por aquello de mezclar santos y peloteros, pero que respetó en ars a la deontología con el compañero.

Pues eso, que yo había llegado a un lugar, Bilbao, donde había habido una fiesta en la que yo no había estado. Ni siquiera había nacido en Basurto, para oler la hierba de San Mamés, porque en aquellos tiempos nacíamos en casa, como ahora, después de los doliores. Pero el tiempo me tenía resevado mi momento de gloria, mis 180 minutos de gloria, porque si yo había alumbrado al Athletic con mi alumbraiento, el Athletic me debía algo que me devolvió entre 1982 y 1984. Como es generoso, duplicó el regalo.

Por razones que no vienen al caso, no estuve en ninguno de los dos partidos que nos dieron dos títulos de Liga. El primero, en Las Palmas (donde unos años después estalló el caso Clemente-Sarabia, y ahí sí estaba) y el segundo en San Mamés, contra la Real. Del primero tengo pocas noticias, porque cuando De Andrés marcó en poropia puerta apagué la radio y no la encendí hasta cico minutos antes del final. Del segundo recuerdo que ETB, que no podía dar el partido, por razones obvias, emitió un Athletic-Real Sociedad de juveniles, que coincidía en horario con el acontecimieno de San Mamés, si no recuerdo mal. Ví la primera parte, pero el gol de Uralde me deprimió hasta tal extemo que no quería ni ver a los juveniles, y apagué la tele y encaminé los pasos hacia la cercana explanada de Begoña con esa sensación que todos tenemos de ser los culpables, de ser gafes, de que cuando tú no lo ves, tu equipo juega mejor, y cuando estás presente, ellos parecen sentirse molestos contigo. No era un a cuestión religiosa, porque nunca he creído ni en la religión, ni por lo tanto en los milagros. Los cohetes me anunciaron la remontada, que luego syupe que había sido obra de Liceranzu, algo que me emocionó profundamente porque, a veces, el destino reserve un lugar en la hornacina de los héroes a los presuntos aclores secundarios.

Liceranzu, autor del gol ddel titulo de Liga en San Mamés

Sí, el San Mamés más íntimo lo viví fuera de San Mamés, allí, en aquellos bancos de Begoña, vacíos, con tres o cuatro viejos a los que les podía la rutina y les pillaba el Athletic, para entonces, más lejos que sus años de currantes.Allí donde de niño cambiaba cromos. Ese día, cuando supe que el Athleti había vuelto a ganar la Liga, remontando, con todo el intringulis del mundo, con toda la pasión del mundo, deduje que la felicidad es un asunto íntimo, que no se traslada en gritos, ceremonias, histerismos, llantinas. La felicidad es algo muy personal que se comparte después. Lo primero eres tú, cuando te sientes más feliz que Liceranzu en el momento de clavarle el gol a Arconada que valía un título, quizás irrepetible (tal y como va el fútbol). Que él sólo es el actor de una historia que es tuya. Allí, solo ante la Iglesia de Begoña, que había marcado mi historia pero me había vuelto inmune a la fe y a los milagros, yo fui el Athletic por unos minutos. Entendí que por fín la deuda había sido saldada. Y lo que vino después ya fue solo el estanque dorado.

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