Sarabia, en Las Palmas tras ganar la Liga en 1982 |
Pues eso, que yo había llegado a un lugar, Bilbao, donde había habido una fiesta en la que yo no había estado. Ni siquiera había nacido en Basurto, para oler la hierba de San Mamés, porque en aquellos tiempos nacíamos en casa, como ahora, después de los doliores. Pero el tiempo me tenía resevado mi momento de gloria, mis 180 minutos de gloria, porque si yo había alumbrado al Athletic con mi alumbraiento, el Athletic me debía algo que me devolvió entre 1982 y 1984. Como es generoso, duplicó el regalo.
Por razones que no vienen al caso, no estuve en ninguno de los dos partidos que nos dieron dos títulos de Liga. El primero, en Las Palmas (donde unos años después estalló el caso Clemente-Sarabia, y ahí sí estaba) y el segundo en San Mamés, contra la Real. Del primero tengo pocas noticias, porque cuando De Andrés marcó en poropia puerta apagué la radio y no la encendí hasta cico minutos antes del final. Del segundo recuerdo que ETB, que no podía dar el partido, por razones obvias, emitió un Athletic-Real Sociedad de juveniles, que coincidía en horario con el acontecimieno de San Mamés, si no recuerdo mal. Ví la primera parte, pero el gol de Uralde me deprimió hasta tal extemo que no quería ni ver a los juveniles, y apagué la tele y encaminé los pasos hacia la cercana explanada de Begoña con esa sensación que todos tenemos de ser los culpables, de ser gafes, de que cuando tú no lo ves, tu equipo juega mejor, y cuando estás presente, ellos parecen sentirse molestos contigo. No era un a cuestión religiosa, porque nunca he creído ni en la religión, ni por lo tanto en los milagros. Los cohetes me anunciaron la remontada, que luego syupe que había sido obra de Liceranzu, algo que me emocionó profundamente porque, a veces, el destino reserve un lugar en la hornacina de los héroes a los presuntos aclores secundarios.
Liceranzu, autor del gol ddel titulo de Liga en San Mamés |
Sí, el San Mamés más íntimo lo viví fuera de San Mamés, allí, en aquellos bancos de Begoña, vacíos, con tres o cuatro viejos a los que les podía la rutina y les pillaba el Athletic, para entonces, más lejos que sus años de currantes.Allí donde de niño cambiaba cromos. Ese día, cuando supe que el Athleti había vuelto a ganar la Liga, remontando, con todo el intringulis del mundo, con toda la pasión del mundo, deduje que la felicidad es un asunto íntimo, que no se traslada en gritos, ceremonias, histerismos, llantinas. La felicidad es algo muy personal que se comparte después. Lo primero eres tú, cuando te sientes más feliz que Liceranzu en el momento de clavarle el gol a Arconada que valía un título, quizás irrepetible (tal y como va el fútbol). Que él sólo es el actor de una historia que es tuya. Allí, solo ante la Iglesia de Begoña, que había marcado mi historia pero me había vuelto inmune a la fe y a los milagros, yo fui el Athletic por unos minutos. Entendí que por fín la deuda había sido saldada. Y lo que vino después ya fue solo el estanque dorado.
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